miércoles, 27 de octubre de 2010

A romper espejos

El teléfono, las llaves, mi tarjeta de transporte y mi tarjeta de debito. Con eso en el bolsillo del abrigo salí de casa para encontrarme con Mr. D en el teatro. Fue nuestra primera salida tras el nacimiento de mi segunda chamaca. Fuimos a ver una obra de teatro y a cenar tacos.

El no traer bolsa ni pañalera me dio una sensación de gran libertad. Nunca fui de las mujeres que cargan grandes bolsas y siempre preferí sufrir antes que cargar, aunque eso me trajo dificultades cuando hacia mis caminatas. Mientras otros disfrutaban de ricas cenas frente a la fogata, yo me comía una barra de cereal. ¿Quién iba a cargar con la cacerola, las cucharas y los alimentos? Yo prefería quedarme sin cena con tal de disfrutar el día de caminata.
Sin embargo, ahora no me queda de otra más que cargar todo lo que las niñas necesitan. La lista puede ser interminable aunque siempre me las ingenio para llevar lo menos posible. Mi pañalera es considerablemente más pequeña comparada con la de mi cuñada, alias “la madre perfecta”.
Ella siempre me hace sentir culpable.
Durante el último viaje que hicimos toda la familia ella llevó una gran maleta dedicada a su hijo, que también tiene unos pocos meses de edad. Todo tipo de juguetes, toallitas para todo tipo de bacterias, cremas, galletas, bolsas, lo que se les pueda ocurrir, ella lo llevaba. Si la Mrs Perfecta no hubiera estado conmigo, recordándome todo lo que yo no traía, no me hubiera hecho falta nada. Mis niñas tenían todo lo necesario, pero ¿quién me quitaba de enfrente el espejo de lo que yo no soy?

¿O sería mejor decir de lo que yo no quiero ser?

Lo bueno es que a la cuñada la veo poco y lo mejor es que mañana me voy a Portugal sin ella. Tendré que llevar mucho más que mi teléfono en el bolsillo, pero no pienso llevarme tres clases de toallitas. Además más vale que deje de compararme a otras madres y no ande buscando espejos por todos los rincones en donde reflejar mis temores y fantasmas.



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